Cuando uno está pescando en absoluta soledad, alejado muchos kilómetros de cualquier zona poblada, no puede evitar sentir cierto sobrecogimiento y la sensación de no estar realmente “solo”.
Y es que nuestra piel de toro es por encima de cualquier cosa una tierra mágica, con una increíble historia aun por descubrir en muchos lugares, y una de las cosas que mas disfruto cuando estoy pescando en lugares recónditos es observar los alrededores en busca de esa “magia”.
Mi última jornada no fue realmente muy brillante en cuanto a la pesca, pues la población de barbos en este antiguo embalse es bastante reducida, tanto en cantidad como en tamaño, aun así algunos pequeños peces me hicieron disfrutar un buen rato. Pero lo que realmente disfrute fue de la “aventura”, pues me propuse dar la vuelta completa al embalse en busca de orillas perdidas, la ruta total rondaba los 20 km, pero con ganas de descubrir no hay distancias.
La sensación es que estas tierras fueron pobladas desde hace muchos siglos (cosa que ahora no), por personas con un gran respeto hacia la naturaleza y sus criaturas, como así lo demuestran varios “tótems” con forma de toros que hay próximos, criaturas adoradas y respetadas por antepasados de los que ya hemos olvidado sus creencias.
Como digo la “orilla prometida” no fue muy satisfactoria en cuanto a la pesca, pero tuve la inmensa fortuna de encontrarme con dos tumbas antropomorfas perdidas en medio de la nada, sobrecoge tocar la piedra que fue tallada para en enterramiento muchos siglos atrás, aproximadamente en el siglo IX como denota la forma adaptada para la cabeza.
Los antiguos no hacían las cosas al azar, y si aquí había una necrópolis es sin duda por la “energía” de la zona, energía que siente el pescador al caminar por estas olvidadas sendas.
Salir a pescar no es solo atrapar peces, es mucho más y afortunadamente vivimos en una tierra que puede ofrecer innumerables vivencias.